El hombre Herror se peina, se engorda, se mira al espejo más de lo necesario, come chicharrón y ve sábados felices, saluda de golpe y dice hifueputa porque si, porque le da la gana.
El hombre Herror suele trabajar ocho horas diarias, ver futbol, tirar los pantalones sin fijarse dónde, rascarse las pelotas en la calle porque es un macho, caminar haciendo malacara, decir lo que sea porque para eso es hombre, hombre Herror.
El hombre Herror no tiene un prototipo determinado. Más que rasgos fÃsicos son actitudes lo que lo definen. Es una idea de hombre.
Por lo regular no sabe hacerse un huevo revuelto, planchar o lavar una camisa. En la casa es un parásito que cree que por llevar dinero debe ser admirado por nada.
Se le descubre en frente de la tv, en las tardes, después del trabajo, mirando RCN y Caracol y creyendo en Uribe sobre todas las cosas.
Se le reconoce porque habla en primera persona y está rodeado de hombres. Se aburre con lo que no tiene acción. No conversa sino que da órdenes.
Para él, la mujer, no es un ser pensante sino un ente con las piernas abiertas. Acude a ella para satisfacer el instinto.
Está afanado asà no tenga que hacer. Por correr no escucha, por correr cree que Dios es un bulto de billetes. Dios es dinero. Y se empeña en conseguir a Dios, ambicioso de Dios. No puede vivir sin Dios en los bolsillos. Con Dios va a misa, a los centros comerciales, a los prostÃbulos. Con Dios compra amor, respeto, camisas, miedo, vulvitas aceitadas, equipos de sonido, computadores…
El hombre Herror, por su afán de Dios Herror, no se permite el ocio. El ocio le molesta porque lo demuestra hombre Herror, banal, superficial, sin Dios, sin patria, sin vida, sin tiempo. Entonces se encabrona y ataca con el exilio a todo el que le devele un detalle de la intimidad y ensueño. No le gusta sentir que es un instante la vida, de pronto se le acaba y no tiene suficiente Dios para acceder a sus necesidades mercantiles.
Pero, en el fondo, el hombre Herror no tiene tiempo. La vanidad lo ciega, lo paraliza. Por eso le gusta el poder y apoya la violencia. Es fascista por sus comodidades. No le incomoda los comunicados de que redacta el hombre Basura de las águilas negras en MedellÃn. Que mueran los que tengan que morir porque Uribe tiene la razón. Sino alza un arma, alza su indiferencia en ráfaga.
En definitiva el hombre Herror se cree el redentor de occidente. Hombre hacha hombre hecho hombre chuzo hombre hueso hombre hielo hombre hambre hombre Herror…
El hombre Herror cree que se las sabe todas. Se cree el galán de turno. Imagina que su mirada es un trampolÃn al cuerpo de la mujer Herror. La que se maquilla 8 horas al dÃa, la que no habla sino que mueve sus tetas y culo para ser escuchada. La también conocida como la mujer enlatado, la que se agita, se le mira la fecha de vencimiento, se digiere en poco tiempo y se olvida porque en el mercado de los hombres Herror habrá otra mujer enlatado más novedosa y liviana. Cada vez la mujer Herror es más portátil y tetona.
El hombre Herror cree que en el machismo como una religión. Tras ese mecanismo de control domina lo que no entiende. Hace de la mujer una propuesta publicitaria y no una intimidad compartida. Le hace creer a la mujer que es mujer Herror, la que debe acompañarlo sin pensar, la que debe estar al alcance del apetito sexual los minutos que sea necesario, la que no tiene proyectos individuales, la que cocina, la que representa el cero a la izquierda.
La excusa es que la historia de occidente, la de Latinoamérica especÃficamente, es una historia de hombres, hombres Herror. Por eso estamos tan jodidos. El pensamiento es masculino al igual que toda propuesta de cambio.
Y la mujer se creyó ese cuento y representa el papel a la perfección sin quejarse. Se dejó domesticar del miedo del hombre Herror. Porque en el fondo, el hombre Herror está lleno de miedo y sabe que en la escala natural es poca cosa, una figura de acompañamiento. Es la mujer la que crea, el rostro de la vida, la conservación de la especie. A ella le corresponde cargar el látigo del dolor. Es la mujer la que da vida y manipula los deseos de los hombres. Ella es la fuerte. Por algo en el catolicismo es MarÃa el portaequipaje de la salvación y José la imagen de acompañamiento, si importancia, ahÃ, entreteniéndose con la carpinterÃa.
Es indignante que el hombre Herror someta a la mujer hasta la mujer Herror. Cuando ella es la que domina. Ella es la que intuye. Por algo todo problema sentimental es una falla masculina. La insatisfacción sexual es un efecto masculino.
Es la mujer la que puede cambiar esta mierda. Ya el hombre tuvo su oportunidad y su legado fue la guerra por la guerra, por el poder, por el dominio. Es hora de que las mujeres dejen su papel de tÃteres y derroquen a Uribe, cambien su discursito: Trabajar, trabajar y trabajar, por trabajar, soñar y vivir.
La mujer es un ser oblicuo y el hombre Herror un ser vertical. La mujer puede hacer varias cosas al tiempo. Está demostrado que puede ver tv, remendar una camisa, estar pendiente del sartén, hablar por teléfono sin descuidar ninguna de las actividades. Eso en otro ámbito serÃa distinto. El hombre Herror en cambio solo puede hacer una cosa al tiempo. Es inútil en todas sus posibilidades. Se queja por todo.
Al menos yo, hijo y nieto del hombre Herror, creo en la mujer. Es ella la propuesta del cambio. Claro, si despierta y hace lo que le da la gana, lo que le nazca, como complacerse más que complacer, dejar salir sus instintos sin ser juzgada, dejar de ser mirada en tercera persona, rebelarse con los cosmeticos. A esa mujer que hace lo que quiere, enfrenta a las mujeres Herror porque las encuentra indignas de su genero, la que propone un paro domestico nacional, la esa mujer me consagro.
Ahora soy un discÃpulo de una mujer, la escucho. Una de esas criaturas extrañas, que mira y pregunta y menstrua y habla me hechiza. A ella le entrego mi condición de hombre Herror para que convierta en un hombre, sin adjetivos.