Andan, ahora más que nunca, preocupados por habitar la ciudad y sus múltiples distracciones para pasar en vela la noche. Se hacen viejos y no quieren asimilar que ya pasaron de moda. Sentados en la sala de la casa de uno de ellos se niegan a renunciar al ron, los cigarrillos, la música y la marihuana. Hablan sobre pelÃculas que han visto, sobre fiestas en las que cada vez se cansan más rápido, sobre mujeres en común que tergiversan y desvirtúan sin mesura, pero de las que no pueden alejarse. No les gusta admitir entre ellos que les gusta más estar ante ellos que entre ellas. Necesitan recordar, con menos agilidad, los dÃas de corto circuito de cuando creÃan que podÃan hacerlo todo. Las mujeres de sus Ãntimos son como sus rivales. Parecen, a veces, señoras que toman aromática en una tarde de verano y hablan del prójimo con la morbosidad placentera que sienten los tristes sin época.
Borrachos marchan, cada uno, a su casa. Ya trabajan, leen menos, escriben con formulas y estructuras predeterminadas y buscan un rincón para fugarse definitivamente a ninguna parte