Rodolfo la conoció un sábado o cualquier día, pues para él la fecha es un artificio de la memoria porque los hechos van más allá que una mención en el calendario. Por ejemplo, un tres de noviembre será un tres de noviembre en el 2012 y en el 3000. Lo importante no es el número de un día sino lo que ocurre ese día. Por ello un día resalta y es más importante que otros días cuando hay un valor agregado como un acontecimiento emocional. Pues, los otros días pasan como si uno no los viviera, como imágenes con rodillos que se alejan y alejan y se quedan en la nebulosa. En fin, era un sábado o un día cualquiera cuando Rodolfo la vio con el cabello suelto, sentada en un bar con una cerveza y un cigarrillo. Los ojos de Rodolfo alzaron los cabellos de Sofía haciéndole rulitos que brillaban en su imaginación. Para él aquel cabello era un manto para arroparse del frio que produce la soledad de chico introvertido que se desparrama en versos. Su mirada, chapola hipnotizada por el reflejo de la bombilla, se sumergió en el resplandor de la cabellera de Sofía y se encontró naufrago en una cascada azabache con caída libre en unos hombros trigueños, que son lo mismo que el abismo.
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Rodolfo tiene 23 años y es un poeta frustrado. Toda su vida la ha dedicado a cosechar metáforas y lo único que ha logrado es un cultivo de infortunio. Pobre muchacho, nunca creyó que marzo, el mes que evoca a la mujer en todas sus presentaciones, lo llevara a pensar en una fémina así como se mira un arma o se pone una mano sobre una parrilla. Él nunca sospechó que enamorarse era vivir en angustia constante en una ficción inverosímil y cotidiana. Tan solo imaginarse un revolver de la altura de un conejo andando a cachazos descabezando a los desencantados es su única ilusión de poeta con pelotas de icopor.
Hago nada
Ningún amigo llama
No haré cosas asombrosas.


Mis días
hojas arrugadas de un prosista.