Efraín la tomó entre sus brazos casi con los ojos cerrados y sin mirar muy bien a dónde la llevaba arrojó todo a su paso hasta llegar al cuarto de su infancia. María sentía la fuerza de aquel hombre y se asustaba al tiempo que disfrutaba sentirse frágil y amada. Ella pensó que de pronto esa noche sería diferente y él entendería lo que ella le estaba enseñando. Efraín la desvistió como si estuviera desyerbando maleza y sin tregua la invistió hasta el último suspiro.El hombre se desmadejó y se quedó dormido. Ella, sonrío desconsolada y decidió quedarse en la tierra de los sueños hasta encontrar a alguien que soñara despierto.



Llega a casa y se sienta a mirar desde la montaña el valle que cada vez tiene más parches de concreto. Busca un motivo para no sentir que la civilización es una cabra que cada vez pierde el sentido de la vida. Para no reunir razones para el desencanto recuerda cuando era chico y su madre lo vestía para ir a las celebraciones navideñas. Él guardaba en una bolsita un cascabel hecho con tapas de gaseosa y salía con sus amigos a las casas vecinas en espera de los dulces al final de las novenas. Para ese entonces no había tiempo para el amor porque el apetito por los dulces y la sinfonía de las voces de los campesinos, el ruido de las maracas y los cascabeles de tapa de gaseosa ocupaba el corazón. Para ese entonces el corazón era un pesebre con carros a gasolina en miniatura, con aviones de plástico, con vacas gigantes que podrían comerse a los reyes magos de un bocado. El corazón era una laguna de papel de aluminio donde los patos y una tortuga del tamaño de una iglesia hacían parte de ese ecosistema  extraño y a la vez mágico. Mi corazón era el paisaje de las extravagancias de los niños que no entendían el orden lógico de la medida y la distribución en los pesebres. Mi corazón era el dinosaurio que se enfrentaba con el Chapulín Colorado frente a un mago que los miraba desde un árbol. El mago esperaba el alboroto para capturar a los revoltosos y llevarlos al taller de carpintería de José y así, con trabajo, enseñarles el silencio que hace falta en la fiesta, la del corazón. 

al recordar esos episodios del pasado recuerda que a pesar de la pólvora, de la bulla de los adultos, de la necesidad de felicidad etiquetada, esa que se cree comprar en las promociones del Éxito o de los grandes almacenes de cadena; a parte de la mal sana costumbre de celebrar la navidad desde la publicidad y los sueños ajenos, en el recuerdo, en la mirada del niño que fue, existe un tiempo donde el amor era suficiente y amorfo. Entonces sonríe y escucha unas maracas y las voces de una familia que iluminan la noche con sus cantos disonantes.

-   De verdad que no te entiendo Antonio. Te has pasado los últimos años esperándola. A todas las mujeres que se te cruzaban, decías que estabas comprometido porque habías soñado con la mujer que ibas a construir familia. Afirmabas que era un acto de fe. Ahora, le acabas de decir a Isabel que la habías esperado y que ella era la mujer con la que tendrías un hijo llamado Salomón. Luego, como si eso fuera algo trivial, como decir, te pica la rodilla, dejas que ella se marche, asustada, sin dar más explicaciones. Creo que no entiendes nada del amor. 

- Querido Marcos, no hay que entender lo que está más allá de nuestra imaginación. No le des respuestas a lo que no las tiene. Te llenaras la cabeza de cucarachas. Respecto a Isabel, va rumbo al lugar donde los astros han confabulado debemos iniciar nuestro proyecto de vida.
Cuento adaptado de un relato oral que me contó Kike, el maestro del tabaco



Tomás desde muy joven se fue a estudiar a la cuidad, pero cuando su padre murió se hizo cargo de la hacienda. Quedó con la casa, dos hectáreas, algunas mulas y un trabajador: Libardo, un joven que había llegado a la finca meses atrás a pedir empleo, venía de tierras lejanas, al ver a Tomás decidió continuar con el nuevo patrón. Ambos trabajaron duro y la tierra poco a poco empezó a prosperar. A los cinco años Tomás contrató otro empleado y dos años más tarde otro. 

Tomás logró una buena posición económica. Compró más tierra. Invirtió en el negocio de la caña, en los cultivos de café y plátano. Treinta años después había conseguido tres veces más de lo que había heredado. Por tanto, en agradecimiento a sus tres empleados más antiguos que llevaban con él 30, 25 y 23 años de servicio, les dijo que les iba a otorgar la posibilidad de independizarse. Tenía para ellos dos regalos. El primero era una mula con un saco en monedas de oro y el segundo tres consejos.

Ramiro, el más joven de todos, el que llevaba 23 años de servicio, pensó que con ese dinero podría comprarse unos billares y establecer su propia empresa. También, una moto, una casa y vivir sin preocuparse el resto de la vida. Por tal motivo eligió la mula con el saco de monedas. Ramiro se despidió y se fue con el botín. Carlos, un hombre alto y voluntarioso, al ver las monedas de oro, sin pensarlo tomó la decisión. Quería volver a su pueblo natal y demostrarles a todos que había triunfado, además, se casaría con la mujer más hermosa. Carlos partió. Libardo miró al patrón y le dijo:

- Don Tomás desde que trabajo con usted nada me ha faltado. Usted me ha tratado con respeto. También me dio la oportunidad de construir mi casa a la que no voy hace 18 años. Pero cada mes puedo enviar el dinero que necesita mi mujer y mis padres para sobrevivir. Por ello le estoy muy agradecido. Además, me ha enseñado, con su trato, el respeto y el amor a los otros. Creo que yo elijo los tres consejos.
- Libardo, no sé, pero intuí que de los tres eras el único que ibas a elegir los consejos. A Ramiro y Carlos les deseo un buen viaje y que puedan hacer un buen uso del dinero. Bueno querido, para no demorarte más los tres consejos son los siguientes: Primero: Hay que elegir algo a lo que uno le invierta la mayor cantidad de horas, un oficio en el que vibres y te sientas feliz. Cuando lo identifiques jamás te apartes de él. Cuando lo tienes claro la vida es más agradable. Ese oficio o lo que elijas es como la casa que habitas. No importa lo que suceda en el camino si tienes claro a dónde llegar. Segundo: No opines en lo que no te incumbe así te sientas tentado. No contraríes al otro si lo que quiere es provocarte. Solo habla cuando tu vida a la de tus seres amados esté en peligro y sientas que es inevitable la palabra. Tercero: Piensa antes de actuar para que no te traicione los instintos. Ahora que Dios te acompañe.

Libardo se despidió de Tomás con los ojos encharcados. Emprendió el camino. Estaba contento porque iba a ver a su mujer después de tantos años. Aunque también lamentaba no llevar dinero para no tener que empezar de nuevo. Sin embargo, adentro, sentía que había hecho lo correcto. Imaginaba la cara de su esposa. Sus besos, su cuerpo, su piel trigueña. Quizás los años la hubieran cambiado mucho y tal vez no la reconocería. Pensaba en la llegada a casa cuando se enteró de que estaba anocheciendo. A lo lejos observó una luz. Era de una hacienda. Se dirigió para pedir posada. Le abrió un señor de unos sesenta años, con sombrero, bozo espeso y muy serio. Libardo le preguntó si era posible que le diera posada. El hombre señaló una mesa para que se sentara. Libardo observó las cabezas de animales que colgaban y decoraban las paredes de la sala y se estremeció. 

- ¿Cómo te llamas y qué haces por aquí? –dijo el hombre.
- Señor, me llamo Libardo. Voy rumbo a mi casa. Trabajé en una finca mucho tiempo y ahora quiero estar con mi esposa el resto de mi vida.
- Ya veo. Imagino que tienes hambre. Espera un momento.

El hombre gritó y de una de las habitaciones que estaban en un pasillo que comunicaba con otra sala salió una mujer joven, hermosa, de cabello castaño. Libardo que llevaba años sin estar con una mujer no pudo evitar mirarla. Ella fue a la cocina y le trajo pan, queso y chocolate en abundancia. Libardo comió hasta saciarse. 

- ¿Te pareció atractiva la Juana? 
- Señor, es una mujer muy bonita.
- Espera te presento al resto de mi familia –repuso el hombre y al instante las llamó con un tono de voz que parecía el rugido de un trueno.

En la sala aparecieron, con la Juana, otras cuatro mujeres igual o más hermosas. Ellas sonreían. Libardo respiró profundo porque todas eran muy bellas, muy jóvenes y cualquiera de ellas podría… bueno, mejor respiró.

- ¿Qué piensas de ellas?
- Bueno señor, en verdad sus hijas son hermosas e imagino que su belleza se debe a que usted alberga sentimientos de igual magnitud en su corazón.
- Gracias, y no te gustaría, ya que veo que eres un hombre respetuoso, conversar con alguna de ellas.
- No señor, yo estoy casado y quiero volver a mi casa.
- Está bien, lo comprendo. Pocas veces encuentra uno hombres íntegros. Si me permite quiero invitarlo a unos vinos. Pero le pido que me acompañe hasta la otra sala. 
- Como usted diga –respondió Libardo y acompañó al anfitrión hasta el lugar que estaba después del pasillo donde había visto las habitaciones de las mujeres. Se sentó en un mueble rústico en espera del vino.
- Hace tiempo no tengo un hombre honorable en esta casa. 
- Gracias señor –agregó Libardo que en ese momento había visto por la ventana algo aterrador. Sobre una viga colgaban los cadáveres de dos hombres.
- Ah… los vistes. ¿Qué piensas de esos dos hombres?
- Nada señor.
- ¿Los conocías?
- No señor.
- ¿Y si los maté qué?
- Señor no soy quien para juzgarlo. Si me permite quisiera descansar porque todavía me falta camino para llegar a casa. Espero no se incomode si me retiro.
- No, tranquilo, ese cuarto que ves es el de los visitantes. Espero descanses.

Libardo medio durmió porque la imagen de los hombres lo había trastornado. Pensaba que de pronto en la noche el asesino podría tomar represarías. Por ello, al primer rayo de luz se dispuso a partir. Cuando llegó a la sala, en la que cenó, el hombre ya estaba despierto y una de sus hijas movía ollas en la cocina.

- ¿Ya te vas?
- Sí señor, pero prometo que apenas llegue a casa conseguiré algo de dinero para recompensar su hospitalidad. Pues usted ha sido muy generoso conmigo. 
- Tranquilo, le creo. Pero antes de irse, vea, guarde este pan para el camino. Además, puede llevarse esas dos mulas que están en el establo con dos sacos de monedas de oro. Pues, las necesita más usted y creo que harás buen uso de ellas. Por último, le regalo este rifle para que se defienda si se le aparece un ladrón. Buen viaje.

Libardo se subió en una de las mulas, la otra la llevó a cabresto. Al llegar a la casa ya anochecía. Se detuvo en un barranco para contemplar su hogar. Notó que no había cambiado mucho, había más vegetación pero la casa se veía igual, claro, con el deterioro del tiempo. En esas vio que su mujer salía a la puerta acompañada de un hombre más joven. Ambos se abrazaban y se consentían. Libardo invadido por los celos alzó el rifle y le apuntó al hombre. Estaba a punto de disparar cuando recordó la imagen de los dos hombres muertos y bajó el arma mientras observaba al amante de su esposa marcharse. Libardo descargó la mula y tocó la puerta. Su esposa lo abrazó, lo besó y le dijo que ella sabía que él volvería. Libardo no pudo ser natural. Se sentía traicionado. Así que sin rodeos le preguntó qué quién era ese hombre que acaba de partir. Ella se sentó y empezó a reírse. Libardo estuvo tentado a golpearla porque aparte de traicionarlo se le burlaba en la cara. La mujer, con un tono de voz cada vez más suave y dulce le dijo que hace 18 años, la última vez se vieron, había quedado embarazada y ese hombre era su hijo. 





Llegué a la vida
con un sol dentro de un jarrón de agua.
Luz líquida y contenida.
Al crecer el agua se fue evaporando.
Sentí el ardor del deseo.
Fue el miedo a la soledad
el pan de cada día.
El amor un astro a años luz
de mi corazón.
El instante del instante
el castillo de naipes
para morar hasta viejo.
Dios el inverso de las cosas.
Se apagó el sol
y quedó un olor
de agua estancada en el aire.
Y el sol, adentro, 
palpitó por primera vez.


Hace mucho no frecuentaba el bar de Elkin porque bueno, a veces uno de distancia de los lugares así como de los amigos. Llegué y como siempre pedí una cerveza. En la barra estaba Lucía, una de las clientes que los fines de semana va sola, casi siempre, pide algunas cervezas y luego se marcha. Algunas veces hemos cruzado un salido. Hasta ahí. En la mañana había pensado en ella, cosa extraña porque pocas veces pienso en alguien a quien no frecuento. Sin embargo, ahí estaba al lado de ella sin saber cómo decirle que la había pensado. Ella sonrió como si sintiera que yo quería hablarle. Aproveché y me senté cerca. Hablamos de cosas triviales, como por decir cualquier cosa. Ella me dijo que hace unos días me había visto en el supermercado y que no alcanzó a saludarme. Sonreí. Estaba contento, ambos nos habíamos pensado. Llevé mi mano a su mano. Ella apretó la mía con sus dedos. Luego, en cámara lenta mi boca buscó la suya. Cerré los ojos y sentí la humedad de sus labios. Al abrir los ojos Lucía sonrió. Me dijo que no se lo esperaba. Le respondí que yo tampoco. Elkin nos invitó a otra cerveza. Cuando cerraron el bar me invitó a su casa. Ella vive sola. Al entrar a su departamento vi que su cama estaba llena de flores. En la habitación había varias velas, que encendió. Cuando quise preguntarle sobre cómo sabía que yo... me puso un dedo en la boca y se limitó a decirme que "cuando un amor cae de cielo no pregunta cómo".

- Maestro ya he aprendido a dominar los impulsos, no me dejo llevar por el placer si antes no está involucrado el corazón. Eso está claro. Por ello cuando María llegó me dejé encontrar y el hecho de que ella tomara la iniciativa permitió conocerla más. Admito que con los días era más difícil contenerme y sufría por no abrazarla y robarle un beso. Todo en ella me gusta. A lo último fue dolor verla. Por tal motivo viene a pedirte consejo. Recuerdo que me dijiste que ya estaba listo para iniciar el cortejo. Entonces le dije que estaba enamorado y ella sonrió y me dijo que prefería estar sola, que no deseaba en este momento iniciar ninguna relación. Por eso he vuelto. No entiendo que he hecho mal.

-Martín lo que debes aprender es a dominar la fuerza del entusiasmo.  Pero no hiciste nada de lo que te debas arrepentir. Nombraste tu deseo desde lo más intimo de tu corazón. Lugar donde se establece la comunicación con el cielo. Ahora el trabajo es esperar. La fuerza del espíritu está en permanecer quieto. Pues lo que se ha nombrado es ya una realidad. El destino se cumple a pesar de nosotros. Debes aprender a dejar que lo que te ata se marche para que no seas esclavo de tus deseos. Cuando aprendas a disfrutar sin apegos nada te hará falta. 

Se había pasado gran parte de su vida buscando en otros referentes de su propia persona. Al final encontró una fotografía suya, partida en pedazos. El pedazo, donde vio su ojo,  era llevado por una hormiga hacía algún lugar oscuro.

Hay un día en el año, sin importar lo que hagas o pienses de ti mismo, te levantas con los dos pies derechos. Es el día en llegaste a este mundo a habitar el espacio que ocupas. Ocupar ese espacio es sentirte propio e independiente. Ese día tienes el poder universal de celebrarte.  Eres, por un instante, la posibilidad y un regalo en doble vía. 

Para ese día se recomienda despejar el corazón, sacar de él toda la maleza que abonas al no creer en ti mismo. Solo así recibirás un regalo perfecto. Solo cuando se despeja el corazón se permite el ingreso de la luz que no es otra cosa que claridad en lo que deseas. Luego, mirar el cielo, darle gracias a Dios por el amor, la familia, los amigos y la literatura.

Hay un día en que el libro que eres, cuando el corazón es una página en blanco, es redactado por el universo. Escriben en ti  que ser feliz es un derecho. Lo asumes y  lo aceptas. Entonces, ese capítulo de luz que eres fluye con todo  y a dónde vayas, a quién saludes, te recibirá con los brazos abiertos porque te has dado la bienvenida a ti mismo. Entendiste algo importante: Empezaste a vivir tu propia historia. Es decir, decretaste tener un lugar en el anaquel de los libros importantes de la biblioteca de la historia. 


1.

Hace lunas creí que el amor estaba en la mujer que no llegaba. Le escribí tantos poemas que identifiqué que soy un poeta menor, pero eso es lo que menos me importa. Luego pasé a las cartas. A una de las mujeres que busqué le entregué una carpeta con treinta cartas que equivalían a los días del mes. Con los años y las decepciones escribí en menos cantidad, en lo que se refiere al amor, o lo que uno cree es el amor. Me enfoqué en otros temas que me otorgaban otros hallazgos, como el misticismo, la divinidad, Dios, la muerte, la familia.  Después, dejé de escribir movido por el impulso de obtener aquello que encandilaba los sentidos. Me costó dejar la pluma quieta ante las caderas de una mujer que me invitaba a construir una mano de palabras para acariciar el abismo que aguardaba a unas cuantas pulgadas del ombligo. Mi voluntad se fue fortaleciendo y entendí que yo era más importante que lo que sentía. Entonces, quien lo creyera, empecé a escuchar una voz de mujer dentro de mí. Una voz suave que me producía aquello que me generaba la humedad de una mujer, que en el momento creí amar. Esa voz me inflaba cada noche el corazón. Es decir, encontré en mí lo que tantos años busqué fuera. Dentro, está esa parte complementaria que busqué en tantos cuerpos y que sufrí en tantos desencuentros. Esa voz, ahora, me da lo que encontraba en la copula: Un gozo inagotable. Claro, ese gozo cada vez era más fugaz hasta llegar al hartazgo. Pero esa música en mi interior empezó apaciguar el deseo sexual. Fue cuando empecé a comer bien, dormir lo necesario, disminuir el licor y sustancias que me impidan sentir la salud. Dejé de creerme el Don Juan de película que es casi inmortal mientras sostiene un cigarrillo con una cerveza en la mano. En la vida real no es así, pues el cigarrillo huele muy fuerte y el licor, en grandes cantidades, te adormece y te deteriora. Eso va en contra de la salud cuando la salud genera tanta electricidad que se percibe. Un cuerpo sano es como una casa confortable. No es un misterio que una casa cálida reconforta el ser. Fue cuando empecé a ocuparme de mí. A darme lo que esperaba que otros me dieran. A sentir que era importante y en esa medida ni la mujer más bella podría proporcionarme el bienestar que me brindaba poder quererme y aceptarme tal cual era. Con los días cambió mi semblante y las mujeres que antes miraba y recibían mis cartas, pero que me evadían porque veían mi ansiedad, mi miedo a estar solo, empezaron a saludarme. En el fondo lo que se busca es postergar la especie. Y se quiere hacer con un prospecto saludable e integro. Por ello, ahora, no soy el que busca sino el que se deja encontrar. Este cambio de enfoque me permite elegir con quien estar y no con quien me toque. Tengo el derecho de estar con quien quiera, siempre y cuando mi voluntad no doblegue la suya. La clave es que ella sea la que busque. Y buscan al padre en potencia. Eso lo huelen. Es inevitable. Entendí que entre más importante sea uno para uno más atrae. Empiezo a disfrutar de lo inimaginable. Más adelante contaré como aquellas pautas que dan para seductores, en vez de hacerlos visibles, los opacan y venden como hombres sin causa, a meced de las pasiones (las más bajas), que creen que en lo fugaz está la verdadera belleza. Nos han enseñado al revés a disfrutar de las maravillas del amor y del cuerpo. 

Él después de vagar por el mundo, de buscar aquello que no encontró en el estudio de los libros sagrados ni con los diferentes maestros llegó, a sus treinta y cinco años, cansado, a un pueblo tranquilo, poco habitado, dispuesto a morar. Llevaba varios años intentando hablar lo preciso. Pues quería solo utilizar su palabra para fines útiles. Sabía que hablar mucho distrae y no permite escuchar la voz antigua que cada ser lleva en su corazón.

Al llegar a aquel pueblucho sintió en el aire la misma calidez que de chico en casa cuando sus padres lo recibían con un abrazo. Sintió una corazonada que le decía que ese lugar era conocido. Vio una luz en una casa humilde. Se dirigió a ella con el fin de pedir posada. Había un grupo de personas dispuestas a empezar una ceremonia alrededor del fuego. Amablemente lo invitaron. El hombre se sentó en un rincón a esperar. Observó como un jovenzuelo echaba incienso por todo el recinto, como avivaba el fuego y le echaba algunas hierbas, así como puñados de maíz y panela. El joven invitó a las personas, que eran unas quince a sentarse en círculo. Luego les propuso que pensaran en el propósito, el que los había llevado hasta ese lugar. En ese momento las llamas de fuego se tornaron naranjas y rojizas. El hombre supo que había alguien, con un nivel de conciencia más elevado, hablándole al fuego. Miró a todos lados y no encontró. Las llamas, lo sabía, estaban quemando el dolor, las bajas frecuencias de antivalores como envidia y odio… en los presentes. Se olvidó del interlocutor del fuego y se maravilló cuando las llamas formaron una especie de espiral de la que emergía un ángel que se desintegró al instante. Luego, las llamas se tornaron moradas. Eso significaba que el fuego había limpiado a los presentes. Algunos que tenían la cruz de la muerte en la frente podían vivir más años, otros que engordaban tristezas en sus corazones habían sido liberados… sin la menor sospecha de ello. Por ocuparse en el dolor y en sus miserias, pensó el hombre, las personas no establecían conexión con la unidad. 

A los segundos entró una mujer con un vestido blanco. Joven, delgada, alta... ella emanaba una paz que empezó a moverle las palabras al hombre. Por primera vez, en mucho tiempo, quiso hablar, pero se contuvo, había desarrollado el poder de su voluntad. Podía dominar sus impulsos con maestría debido al grado de soledad que le había otorgado su independencia espiritual. La mujer se sentó y saludó a los presentes. Los invitó a que le contaran el motivo de la visita. Cada uno expuso: porque me está yendo mal en el negocio, porque mi esposa me abandonó con otro y no lo soporto, porque mi hijo es un drogadicto y no sé cómo ayudarlo, porque quiero conseguir trabajo, porque me cuesta hablar con las personas… así hasta llegar donde el hombre. Él sintió en el corazón un fuego que no había registrado antes. En sus veinte años de estudio de sí no había vibrado de tal forma. Entendió que a diferencia de las otras personas, él no se preocupaba por tener sino por ser, por ello, ante la mirada de aquella mujer, lo único que dijo fue que: “Sigo mi corazón. Por eso nada te pido.” La mujer lo miró de nuevo. Cerró los ojos. Él sintió que su fuego interior aumentaba y empezó a ver una espiral violeta que lo cubría. 

Cuando todas las personas se fueron, el hombre descubrió, con gran asombro, que su cuerpo estaba muy caliente. Miró al fuego y vio que las llamas formaban dos bailarinas azulosas. El jovenzuelo que antes avivaba el fuego se sentó en una silla y miró fijamente al hombre. Lo desafiaba. El hombre sintió que su palabra era inevitable, por más que intentara acallarla. Así que abrió la boca, sin atender a la mirada del joven, y le dijo a la mujer: 

- Dentro de una gran mujer hay un gran hombre.
- Eres grande querido, respondió de manera directa la mujer.


A Pedro se lo llevaron dos hombres para un negocio. Nunca más regresó. Recuerdo el rostro de uno de ellos. Era redondo, como de marrano, sin cejas. Me daba dolor de estómago solo verlo. Durante tres años no supe que le había pasado a mi querido Pedro. Resulta que lo mataron y lo echaron al río. De eso me enteré ayer, nada más que ayer. A penas puedo contenerme mientras paso el filo del cuchillo sobre el cuello de Efraín, así se llama el hombre con rostro de cerdo, que duerme profundo y dice amarme con toda su grasa.  
Hace días la palabra “mujer” se hospedó en mi pe­cho. En la mañana subió hasta los ojos y apoyó sus manitas finamente delineadas en mis párpados. Le gustaba que el viento la despeinara y el sol le ca­lentara todas las letras. En la noche bajó hasta los riñones y encendió una vela para espantar las pe­sadillas. Últimamente la palabra “mujer” tiene comportamientos extraños. Es tan ella que ninguna otra palabra se le parece. Tal vez la palabra que más se le aproxima es “luna” o “flor”. El misterio de es­tas palabras es mejor observarlo que comprenderlo. Volviendo a su comportamiento, hace una semana pegó un montón de papelitos en mi corazón. Al ter­minar observó, desde la distancia, el rostro de un hombre. Luego, los recogió y cuidó de que no se le perdieran. Subió hasta el oído derecho y los echó a volar. Después, la palabra “mujer” se durmió a oscuras. Su quietud era de anfibio. Posteriormente se dirigió hasta mi boca. Estiró la letra “m” y parecía el zigzag de un río entre la montaña. Observó el horizonte como esperando algo o a alguien. El in­flujo de una palabra que se encarna es misterioso y profundo. Además, cuando una mujer emerge de la palabra puede vencer todas las distancias y todos los silencios. También, anunciar un cambio de las cir­cunstancias o una partida definitiva.



El anterior texto es un capítulo del libro la novela La mujer Agapanto-Diario de un jardinero, del escritor colombiano Juan Camilo Betancur E, ya está disponible para su descarga GRATIS por unas cuantas horas. Para descargarlo puedes hacer clic aquí.      


Hace poco, en una meditación, escuché la historia de una mujer que podía estar en dos partes al tiempo. Ese relato me inquietó tanto que hice lo posible para hablar con ella. Volví a indagar al maestro de la meditación que me narró ese relato y me conectó con un amigo de Magdalena quien me facilitó su número de teléfono. 

- Hola Magdalena, le habla Juan, periodista y quería preguntarte por lo de la ubicuidad.
- Hola Juan, no entiendo por qué a mí.
- Mira, he escuchado que puedes estar en dos partes al tiempo. Y quería que me hablaras más de eso.
- Y quién te habló de ello.
- Bueno, es que asistí a una meditación y el maestro mencionó su caso y me interesé. 
- Ah, veo, pero no sé por qué te interesa.
- Mira Magdalena, me interesa porque creo en la historia y quisiera registrarla.
- No sé. Déjame lo pienso y si alguna cosa de te llamo.
- Está bien.

Pensé que había perdido la oportunidad de conocer a Magdalena. Creí que había sido muy directo. Tal vez debo aprender un poco más de sutileza. Pasaron varios días sin noticias de Magdalena. Intenté llamarla pero no contestó. A la semana recibí, con gran sorpresa, su llamada. Me decía que me invitaba un sábado en la tarde a su casa. 

Confieso que me podía la incredulidad. No daba crédito a que una persona estuviera en presencia en dos sitios diferentes al mismo tiempo. Sería vivir dos vidas simultáneas. Eso es imposible. He escuchado de personas que están en el momento preciso, en el lugar indicado y eso los hace visibles generando la sensación de estar en varios lugares al tiempo. Pero es distinto. También, en estos tiempos, se puede decir que hay ubicuidad al reconocer los avances tecnológicos. Es decir, uno puede estar conectado a la red sin importar el lugar de la conexión. Claro, estas percepciones de ubicuidad se dan desde un mismo punto y no desde dos lugares distintos. En esas conjeturas se me fue el viaje. 

Llegué a la casa de Magdalena quién vive con su esposo e hija en una parcelación del oriente antioqueño. Por petición de la familia omito las coordenadas exactas para evitar curiosos en los alrededores irrumpiendo en la tranquilidad del lugar.

Jorge, el marido de Magdalena, me llevó hasta la sala. Ella es veterinaria, de unos 40 años, piel trigueña, cabello ondulado que le caía hasta los hombros, delgada, al verme me miró unos segundos a los ojos. Luego, vaya a saber que vio, me saludó como si esa mirada le hubiera confirmado algo. La verdad, es que me sentí incómodo, como cuando debo asumir mis responsabilidades ante una metida de patas. Respiré profundo y me senté frente a ella.

Jorge, que es arquitecto, nos dejó solos. Dijo que estaría en el cuarto con la niña. Si alguna cosa lo llamábamos. Magdalena hizo un gesto de aprobación. 

Empecé por preguntarle por el inicio. Pues, estaba algo nervioso después de esa mirada. Y las preguntas que tenía planeadas se me olvidaron. Lo único que logré articular fue pedirle que me contara como había empezado todo.

Magdalena sonrió. Antes de empezar me afirmó que había pensado en no llamarme. Pero que algo, no sabía muy bien qué, la impulsó en llamarme. Luego, al verme a los ojos se había dado cuenta de que era una buena persona. Eso me asustó porque a veces no me considero tan buen ciudadano, no con lo que tengo que presenciar a diario en la ciudad. Igual, no discutí esa percepción. Antes debía agradecer porque podía acercarme a Magdalena y a su historia.

Ella desde muy joven sentía que vivía otra vida, pero no sabía cómo explicarlo. Su madre, psicóloga, la llevó a un siquiatra conocido. La evaluaron, la estudiaron y no encontraron nada. Concluyeron que era un desorden mental debido a los cambios hormonales en la adolescencia. Así que a Magdalena le dieron unos medicamentos que debía ingerir tres veces al día. Durante un tiempo, esos medicamentos le permitieron estar, según su madre, equilibrada y sociable.

Años después Magdalena ingresa a la universidad y vuelve a la sensación de estar en otro lugar. Los medicamentos ya no le sirven. Una vez, saliendo de la facultad fue tan intenso el dolor que tuvo que llevarse las manos a la cabeza y pedir ayuda. Jorge, quien la observó, la llevó a un hospital y a partir de ese momento la acompaña.

Fueron a muchos lugares, a muchos médicos, metalistas, siquiatras, yerbateros… Ninguno les supo decir que era lo que tenía. Mientras tanto Magdalena empezaba a sentirse loca, a decir que había estado en ciertos lugares y los describía. Cada vez los dolores de cabeza eran más intensos. Un amigo les recomendó visitar a un maestro de la meditación que él conocía. 

El maestro le recomendó, en un principio, que no se asustara y fuera hasta donde la llevara la sensación. Entre esos ejercicios y varias meditaciones Magdalena se fue tranquilizando. Lo primero que vio fue que salía de su casa, tomó un bus, llegó a la ciudad y visitó a su madre. Luego, la tarde noche, se despidió de su madre y volvió a su casa. Al abrir la puerta su esposo la recibió con abrazo porque ese día había hecho un almuerzo y una cena deliciosos. 

Magdalena volvió donde el maestro y este le dijo que tenía un don. Ella podía estar en presencia en dos lugares al tiempo. E iban a trabajar en ello. Por ello, los ejercicios consistían en fortalecer el sistema nervioso para aceptar sin dolor de cabeza el don de la ubicuidad

Le pregunté cómo sentía ella esa ubicuidad, es decir, si era consciente de ambas. Afirmó que sí. En ella sucede como una visión, como un sueño lucido, pero donde esté es ella y actúa como ella es. Es su esencia en los dos cuerpos. Al indagar por la visión ella responde que en ella la experiencia es como una visión, pero en los otros es una realidad. Por ahora, solo se permite la ubicuidad los fines de semana, todavía, con el maestro, está aprendiendo a conocerse y a manejarla. Por eso, todos los sábados en la madrugada, después de una profunda meditación, autoriza a su ser a salir de su casa. 

La miré fijo porque la historia se me salía de todo orden lógico. Le pregunté sí en ese momento estaba en otra parte. Me respondió que sí, estaba con su madre. Le dije que si podía llamar a su madre. Ella sonrió y me dijo que sí. Con las manos temblorosas tomé el teléfono:

- Buenas tardes, hablo con la madre de Magdalena.
- Si, con ella, qué necesita.
- Señora habla con Juan, un amigo de su hija, quería preguntarle si ella se encuentra con usted.
- Sí, claro, ya se la paso.
- ¡Aló!
- ¿Magdalena?

- Hola juan, cómo estas, espero que la estés pasando bien en mi casa con mi otra presencia. Como te estaba diciendo, puedo, los fines de semana, por ahora, visitar dos lugares. Por lo regular procuro estar con las personas que me quieren y me pueden ayudar en caso de que algo me suceda. Es algo maravilloso. Me acuerdo de todo y ya no me duele. Con las meditaciones he fortalecido mis nervios para recibir esta segunda experiencia de vida. El maestro me ha enseñado a ver eso que me afligía como una bendición.

- Eh… eh… yo…
- Bueno Juan, te dejo, debo seguir ayudando a mi madre.

Al descargar la bocina miré a Magdalena y ella sonreía. Habíamos pasado toda la tarde conversando. Me sugirió que era hora de irme. Me despedí sin salir de mi perplejidad. Salí de su casa con un sentimiento de vacío y pequeñez que apenas me permitía respirar.

Desde muy joven se fue de la casa con la convicción de que el mundo podía ser más hospitalario. No le importó el llanto de su madre que intentó retenerlo. A partir de entonces erró de pueblo en pueblo, de trabajo en trabajo, de decepción en decepción. Cada vez caminaba más encorvado y su deseo de morir se afianzaba en su corazón. Una tarde, a sus treinta años, miró los centavos que había reunido cargando arena que apenas le alcanzaba para pagar la habitación. Sin importarle dormir en la calle compró una botella de aguardiente y se dirigió al puente, ubicado a la salida del pueblo. Empezó a beber y a sentirse cada vez más solo. Hasta el punto que se subió a una de las barandas y se lanzó al vacío. Segundos antes de caer vio el rostro de su madre y se acordó que hasta ese momento no había respondido a la pregunta que ella le hizo el día que la abandonó. ¿Entenderás algún día que te amo? En ese instante quiso volver, pero fue demasiado tarde.



Hace poco el blog que tengo más bajo perfil, Cultivo de Metáforas, donde publico mis poemas así como se siembra en una huerta, recibió una nominación One Lovely Blog Award que es un reconocimiento al blog por su trabajo. La nominación la hizo ADY ALONIT quien tiene el blog “¿Otra vez? A ella agradezco su reconocimiento y sus palabras. Por ello, recibo el reconocimiento con inmensa gratitud y acepto las reglas que son las siguientes: 

1. Dar las gracias al blog que te nominó e incluir el link.
2. Mostrar las reglas y el premio.
3. Contar siete curiosidades sobre ti.
4. Nominar a 15 bloggers e informarles de la nominación.
5. Mostrar el logo del premio y seguir al blog que te nominó.

CURIOSIDADES

1. Me gusta sembrar en la tierra en los ratos libres, de la misma manera que se lee un buen libro.

2. Escribo en pijama, la mayoría de las veces porque me gusta estar lo más cómodo posible. Digo que me gusta, no que sea un ritual o una manía.

3. Siempre he querido escribir un libro de poemas pero me ganó la prosa. Sigo intentando con los versos. Pero cada vez siento que son más difíciles entre más sinceros y silenciosos.

4. Me gusta dormir bien, comer bien, descansar, tomarme unos vinos bien acompañado y conversar hasta donde sea posible y permitido.

5. No me gustan las multitudes ni los grupos consolidados ni las reuniones literarias. Prefiero el trabajo íntimo a solas con amigos, los selectos, los que pasan el filtro de la moda, la rumba y el de terapeuta barato que busca más una oreja que lo escuche y lo abruma el silencio.

6. Creo en Dios y en la luz del cielo en la consolidación de una obra literaria. Sin embargo esto está más allá de una obra evangelista que se base solo en la delgada línea, a veces dogmática, del bien y del mal. 

7. Considero el amor como la alquimia suprema del encuentro con uno mismo. El ser que se enamora vibra en todas las direcciones.

LOS NOMINADOS 

son siente, pues son los blogs que frecuento. Los otros los visito muy esporádicamente. Siete es un buen número, es generoso y es el número de la columna vertebral, el del equilibrio y el centro. 

El primero es: Cristal eléctrico  Es el blog de un escritor joven y serio que lleva mucho tiempo trabajando en la carpintería de la prosa fluida y libre de malabarismos literarios, como anáforas, metáforas o exageraciones innecesarias. Se puede encontrar es ese blog frases como esta: “Era uno de esos días donde todo parece una señal consecuente con la serie de señales anteriores”. Una frase que no pasa desapercibida y que sugiere que hay mucha prosa atrás y que viene mucha más. Aquel que se pase por allí se encontrará un espacio lleno de matices y de pasadizos que solo pueden compararse con lo onírico.

El segundo es Algo más que palabras  donde aparece este hermoso verso de Balzac “el amor es la poesía de los sentidos”. Y es que ese verso reúne todo lo que brinda este espacio. Allí, los poemas son el paisaje de una casa habitada por una mujer semidesnuda que camina por el erotismo, el amor y la sensualidad sin tropiezos ni extravagancias que es lo que se le critica a los poemas eróticos. Digo semidesnuda porque permite que el lector recree la sensación, muchas veces el olor, que insinúan sus versos en el terreno fértil de la imaginación.

El tercero es Toro salvaje Es un cuarto de un hospital mental donde la locura atraviesa el amor, la noche, el sueño, la magia, el dolor. Un calmante, dos calmantes y el toro que es el poema enviste al lector y lo lleva una y otra vez a la silla eléctrica donde se escriben los delirios y a veces la desolación.

El cuarto es Pueblo Un espacio de periodismo de denuncia donde se ejerce un mecanismo de control a los entes burocráticos que tanto mal le han hecho al pueblo haciéndoles creer que mientras los desangra los redime.

El quinto es Humberto Did Es un blog que no necesita nominación porque es un espacio muy bien posicionado en la web. El autor tiene todos los recursos literarios para postularse por sí mismo. Sin embargo, lo postulo porque allí hay un escritor, un neuropsicólogo y un traductor. Desde todos estos campos aborda sus cuentos que son ya elaborados y crean un universo interior del autor que lo posiciona como una figura importante en la literatura de los nuevos medios digitales y alternativos. 

El sexto es Náusea de Odina  es un blog que combina la poesía y la prosa y se diferencia la una de la otra. Aunque muchos versos a veces se leen de corrido y muchas líneas en su prosa requieren una pausa interna. Sin embargo, el erotismo, la fuerza y la juventud de la autora generan en el lector un vínculo secreto que lo invita a volver. Es un espacio para sorprenderse.

El séptimo es Lectores somos y en el camino nos encontramos un blog de creación literaria que en los últimos días ha tomado mucha fuerza y habla de procesos literarios en niños y niñas. Allí aparecen historietas, crónicas radiales, cuentos. Para ser un blog naciente, cuando los blog se posicionan es con la constancia y el tiempo, posee un contenido interesante para quienes trabajen en la docencia o en la creación literaria.

De nuevo, muchas gracias a ADY ALONIT y su blog que es un salto a la noche desde un risco alto y vivencial. Y a los blogs que reconozco los ofrezco como una caja de chocolates que se pueden destapar un día cualquiera, a cualquier hora por lo frescos, aunque dulces, pero que no hostigan. Buen provecho. 



Hace unos días un docente afirmó a un grupo de niños y niñas que los ángeles existían. Él, sin creer mucho en sus propias palabras, dijo que eran tal reales como los hombres. Uno de los niños, algo silencioso, pero muy atento, alzó la mano y dijo que había un ángel cerca. El hombre ignoró el comentario. 
Camino a casa el docente pensó en el niño y se conmovió por la ingenuidad. No le dio más vueltas al asunto para no entrar en debates morales sobre el impacto de sus historias. 
 Una semana después, el docente estaba en una convención de literatura en la ciudad. Pasó por un centro comercial, justo por la sección esotérica. Sintió una palpitación fuerte. La misma que le dio el día que conoció a la madre de su hija y el día en que por un azar que todavía desconoce no tomó un taxi y a los minutos este vehículo se accidentó. Así que entró al lugar. A los segundos, una señora que no conocía, de unos sesenta años lo llamó por su nombre. Ella para calmarlo le dijo con voz amorosa que no se asustara, que ella trabajaba con los ángeles. El docente escuchó sin poder mover un dedo como ella le argumentaba que unas horas atrás se había contactado con un ángel, quién le dijo que un hombre, llamado tal, con tales indicaciones y a tal hora llegaría a su negocio. Entonces debía darle unas esencias para que ese sujeto, que tenía una conexión especial con los niños y niñas hiciera una apertura significativa entre los ángeles y los niños.



Hace tiempo hice con un gran amigo, Julio Cadavid, un experimento de crónica radial con niños y niñas de primera infancia. Es algo que toca otras fibras. Espero lo disfruten.



Trabajas de lunes a lunes
de luna a luna, duermes
sueñas cosas indescifrables.
Te embriagas más de la cuenta
así mismo te entristeces
y reclamas desde la desgarradura
el amor que no has recibido.
Estas en el mundo como en un agujero
y pides que te miren, así sea unos segundos.
Entonces te miro
y reconozco que trabajo igual que tú
pero no con el sudor de mi frente
sino con los latidos del corazón.
También sueño cosas horribles.
Soy hijo de una madre de oro
y de un padre de porcelana.
Como tú soy la vida misma
y la vida fluye como un arroyo.
Vengo, contigo, hermano
a ser el mundo mismo,
el origen de todo milagro.
Sin embargo, no voy a los excesos.
Y por ello me exilias.
Me dejas a un lado.
Cuando mis ojos son dos manos que se extienden
y te llevan a mi pecho
enterneciéndome.
Hermano,
Aunque recorro el mismo camino,
veo los mismos paisajes,
y comulgo los mismos silencios
no me dejo hundir por las penas
ni me inyecto dolor de manera intravenosa.
Algún día, cuando no pidas observen tu caída,
vendrás a mi casa
y juntos miraremos el cielo
y sabrás que siempre fuimos iguales.




A veces  eso que buscabas te encuentra. Entra tranquila y sigue. No te asustes por la cama. Si, es grande, pero la compré para los dos.

Hace poco vi una mujer que casi me roba la voluntad  de evitarla. Hice todo lo posible por no verla. Pero empecé a verla en la calle, en el bus, en los sueños. No es que yo sea un tipo apuesto como para hacer estas cosas. Más bien soy feo, pero he aprendido a hablar bonito. Pues todas las veces que me han rechazado me ha ayudado a afinar mi discurso hasta el punto de decir lo indicado en el momento indicado. Eso sucede cuando lo has perdido todo y no temes a que te digan . Sin embargo, cuando la presencia de una mujer es más fuerte que uno no queda más que entregarse al destino. Creo que las cosas suceden como deben suceder y no como uno, muchas veces las imagina. Eso está claro, pero, aparece otra mujer, muy distinta, a decirme que le agrado. Es difícil resistirse a dos porque el ego, ese obrero indecente se ve cabalgando las tierras salvajes del deseo. Tal vez por ello,  ese no ceder al primer impulso genera más interés.  Ah, esas cosas a las que debemos someternos los monjes cuando salimos a vacaciones algunos días del templo. Esas cosas. El mundo es un hueco si eso es lo que quieres ver. Esas cosas. En fin.

Llega la luz con su lado oculto. El sueño de un posible, de días en comunión con la brisa del amor. De la mano de un impulso materializado en una explosión de instintos, de un fuego que se quema en la primera llamarada.


Hay un amor que no parte del deseo porque trasciende las fechas. No se marchita con la distancia porque es latido permanente. No impone formas o diseños porque no sería amor sino agujero gris de abrazo mudo. Es un amor muy distinto al que se conoce o al que nos han mal enseñado desde niños. Por ello,  no es el amor de imagen lejana que confunde al ojo que teme a la desnudez del alma. Es el amor del cuerpo el que hace que funcionen las cantinas, las canciones tristes, las dependencias y los centros comerciales. De ese amor se escribe así como se hace palomitas de maíz y como las palomitas es leve e innecesario. 

Intento escribir de otro tipo de amor, uno que sea de verdad. Por ello, quiero situarme desde el otro lado del amor, el que no se ve. Ese amor que para verse, en muchos casos hay que arrancarse las pupilas para dejar de ver con los ojos de los desdichados que solo ven la desdicha. Pero ese no es mi caso. Me arranqué la desdicha de las pupilas hace mucho y ahora puedo ver ese amor que ha vivido conmigo hace años. El que ha crecido a mi lado en silencio como una flor y ahora perfuma todos mis días. El que recorrió el mismo túnel que yo para ver la luz y la pequeñez de este lado. El amor de hermana, de mi hermana, mi pedacito Dios en la tierra, mi reflejo oculto más visible, mi puntito de luz que desde este lado del universo  enverdece el aire que respiro.





De un agujero salió un escorpión furibundo dispuesto a atacar lo que se le atravesara. En ese momento empezó a llover y el arácnido quiso, con su aguijón, inyectarle el veneno a las gotas. Luchó hasta que cegado por la furia se enterró el aguijón así mismo. Se fue quedando quieto, producto del veneno, al instante escampó. Un aguilucho que observó todo desde un árbol seco, estiró sus alas y se dirigió hacía el escorpión. Con el pico lo abrió en dos y en la mitad del arácnido encontró un polluelo, diminuto, de águila real. El aguilucho lo tomó en una de sus patas y lo llevó a un lugar seguro, con los suyos, donde pueda emplumar y adquirir su verdadero poder y enseñarles a transitar sin miedo la muerte.

Ellos se vieron años atrás, cuando eran jóvenes e indecisos. Pero no se hablaron. Creyeron que eso era un capricho, como lo es todo en la juventud. Por lo tanto, cada uno buscó su camino y se olvidó de aquel episodio, que como muchos otros, también olvidaron. Sin embargo, vivieron cosas similares. Ella convivió con un hombre que al final no la convenció de ser un igual. Él se separó de una mujer que no pudo resolver su pasado. Ambos viajaron fuera del país dispuestos a formar familia. Pero, ella se cansó de buscar un compañero que la valorara de verdad y él desistió de entregar su fuerza vital a quien le daba lo mismo recibirla. Al final, cansados, y algo decepcionados del amor retornaron a sus casas maternas sin saber que iban directo al encuentro que les fue anunciado hace años.



Ahora que sé
que estás al otro lado
donde los ojos son obstáculo 
y tu rostro
tiene la simetría del sueño
mutable y móvil,
todos los rostros visibles
se me lanzan como hijos
que quieren nacer. 
Con dificultad trato de ver
                    lo importante.
Sin embargo, existo, huelo
y mi energía es
como un copo de algodón
                        de azúcar,
un suculento bocado
y la piel
poro a poro
suda el vértigo
de saberte de hace tanto
y de hace nada.

Cuando duermo ella abre los ojos. Se estira como un gato y con sigilo llega a mi cuarto. Me observa unos minutos. Luego sonríe y tomando mi mano me invita a caminar por paisajes oníricos. Intento decirle “hola” pero solo puedo mirarla y sin que me diga palabra alguna siento su aliento que huele a albahaca. Respiro su silencio como el perfume de las flores. Y mientras inhalo me entrego a su pureza. No quiero resistirme y dispongo mi ser para que ella lo habite. Sea mi rostro una línea del suyo. Basta una insinuación suya para calmar las ansias de no saber a dónde ir y evitar rasparse de nuevo el corazón ante estrellas fugaces. 

 Cada noche, cuando la encuentro, me expando en su luz. Dejo que ella, desde mí, habite todos mis sueños. Sucede, cuando la fusión es la indicada, que sus ojos son los míos, sus labios mis oídos, sus oídos mis labios, sus gestos mi sonrisa. Somos la unidad, los sueños que alumbran nuestros aposentos y la conexión con lo que soy desde antes de este cuerpo. 

 Cuando abro los ojos lo primero que percibo son los pájaros que endulzan el aire con sus cantos, los perros cuidan la ternura del alba y espantan a los extraños. Agradezco por lo que apenas recuerdo y sospecho, como todos los días, que ella empieza a cerrar sus ojos. Imagino, por el bienestar que siento en el corazón, que ella sueña con esta materia que soy y que ante la luz del día se desprende del misterio y es carne y hueso, ansia y fragilidad; pero a la vez, esto que soy y respira se siente feliz de ver el rostro de ella, apacible, finamente delineado en las nubes.

Salió de su casa dispuesto a sentir algo que lo asombre. Pues ha decido dejar de preguntarse por el sentido de las cosas: la necesidad del trabajo, la búsqueda del amor, la posibilidad de hacerse millonario de la noche a la mañana, la utilidad de cada día para hacer de las ganancias un palacio para almacenar medallas y reconocimientos. Ha decidido volver a lo básico, a lo no dicho que se dice y resuena en el aire hasta hacerse inaudible, pero que sigue diciendo hasta perder el mensaje. Hasta encontrar la vibración de las cosas que de pronto, sin buscar, lo encuentran. Porque todo fluye, lo sabe pero no lo ha atestiguado con su ser sino con sus ojos. Por ello, caminó por las calles de la cuidad sin nada extraordinario digno de un asombro. Hasta que se sentó, cansado, algo afligido por no ser capaz de ver más allá de las cosas, es decir, más acá de las cosas, lo evidente, lo que refleja el movimiento del universo. De pronto, cuando desistió de ver el asombro,  vio en el asfalto, en una grieta, una plantita sostenerse como un milagro. Esa imagen lo conmovió. Sintió que todo en el universo está en continuo movimiento. En ese instante varios miles de niños nacen, miles de personas mueren, el agua corre, una estrella alumbra desde un pasado irrecuperable, el cosmos se reorganiza... y él, bueno, espera perder el ocaso ante el espectáculo de lo apenas perceptible.

Hace unos días me encontré con un amigo poeta que me expresaba que estaba viviendo para escribir. Pregunté por sus vivencias. Él me habló de sus excesos y afirmaba que había que vivirlos para llegar a la sabiduría. 

Después, en mi casa, pensé que tan cierta era tal afirmación. Para empezar reconozco que hay un afán de protagonismo en muchos amigos poetas. Hay en sus búsquedas interiores muchas posturas y artificios. Pues han empleado la palabra, la que les dio el universo para alumbrarlos, para fines mundanos que solo buscan satisfacer los placeres de la carne. 

 Esta búsqueda de los excesos es imposible de satisfacer porque el deseo es un barril sin fondo. Los placeres son un atajo a la tristeza y a la enfermedad. A veces, muchos de los poetas más oscuros, cambian su visión del mundo al padecer el dolor de una uña encarnada. Otros, bueno, se quedan en el artificio cantando el mismo poema infinidades de veces. Hacen anécdotas del mismo verso sin darse cuenta de que llevan días dependiendo de sus placeres. 

 Al perder el norte, que es asumir la palabra como un instrumento de luz, muchos se quedan girando alrededor de sí mismos y pierden la posibilidad de elegir, de poder encontrar su propia palabra y se vuelven mulitas de carga de la influencia de poetas que antes de morir ya habían muerto en su obra, pero inmortalizaron su dolor. Las circunstancias de su canto era otra, por lo que no nos compete, al menos en la actualidad, repetir sus historias. 

Hablo de poetas como Rimbaud y Verlaine que se enamoran y vivieron un amor extravagante y violento donde escribieron textos hermosos, pero también se golpearon física y espiritualmente; Charles Baudelaire que escribió sobre la carroña y encontró en Alan Poe su alma gemela, al final terminó pareciéndose físicamente al norteamericano que vivió en la desdicha, en la calle, alcoholizado e inmortalizado con sus cuentos y poemas; François Villon poeta y ladrón, a la vez que empuñaba la pluma también empuñaba el cuchillo y rompió con sus relaciones cercanas y fue vagabundo y prófugo; el conde de Lautréamont de quién se sabe muy poco pero escribió unas páginas aterradoras donde la felicidad es abrazarse a un tiburón en un mar lleno de cadáveres; Antonin Artaud que solo podía escribir si estaba drogado para no sentir el dolor de la cordura; entre otros como Gérard de Nerval, John Keats, Leopoldo María Panero… y los nuestros Porfirio barba Jacob, Raúl Gómez Jattin y Dario Lemos… 

La pregunta es ¿Queremos ser ese tipo de poetas? ¿Estamos dispuestos a ser la herida y expandir la infección a los seres que amamos? ¿En verdad es eso lo que queremos? Admiro sus versos, pero sus vidas no son mi ejemplo a seguir.Yo al menos, no quiero eso. 

 A todos estos personajes los reúne una sombra que paradójicamente los hizo resplandecer. Muchos de sus poemas son referentes en la literatura universal. Pero todos ellos se consideraron incomprendidos y se refugiaron en la bohemia rechazando las normas establecidas, tanto reglas del arte o convencionalismos sociales que los llevaron a concebir un arte libre y provocativo a cambio del sosiego. Asumieron la figura del antisocial porque, a mi modo de ver, se encandilaron con su propia luz y quisieron apagarla con el dolor y la muerte. 

Después de escuchar a mi amigo y reflexionar sobre el papel del poeta, he entendido que el poeta ante todo es un hombre y como hombre está condicionado a su cuerpo, a sus placeres. Y eso es natural. Pero si escribe poesía es porque tiene una sensibilidad superior a otros seres y por eso puede percibir cosas que otros no, es como un mensajero de los Dioses. Pero si utiliza esa palabra para satisfacer sus placeres no enaltece la palabra misma que es luz. Cuando no puede ver más allá de sus placeres se queda atrapado en un malditismo que ni entiende y que no quiere abandonar porque se siente orgulloso de su fragilidad. Es como si se hubiera quedado viviendo en la  Caverna, me valgo de esta metáfora escrita por Platón hace más de 20 siglos para graficar la idea del malditismo. Entonces vive dentro de la Caverna, esa Caverna es la noche y los placeres. Desde allí no se puede imaginar las maravillas del día: el paisaje, la familia, los amigos. Pues desde el milagro de la luz solo concibe la Caverna y su limitado espacio.

 De ante mano, estoy convencido de que el poeta es un guardián de su palabra. Es quien tiene la potestad de usarla para hacer que el resto de la humanidad no esté a oscuras. Por ello, es el poeta quien puede salir de la Caverna y escribir de ese lugar, pero también de lo que hay afuera. 

 Tal vez, y sin que sea consciente, el poeta puede usar su palabra como un mago sus hechizos. Y esto lo logra si escucha e interpreta su luz. Si lo logra puede escribir versos auténticos y con tal pureza que dieran la impresión, en sus lecturas, que fueran el cauce de un arroyo que se oxigena cada tantos metros. 

Algunos ejemplos de versos que se han escrito desde fuera de la Caverna: 

 “Me celebro y me canto, / Y lo que me atribuyo también atribuíoslo vosotros, Pues cada átomo mío también os pertenece a vosotros”. Walt Whitman. 

“Si hablo de la naturaleza no es porque sepa lo que es/ Sino porque la amo, y la amo por eso,/ Porque quien ama nunca sabe lo que ama”. Fernando Pessoa.

 “Aún hoy la vida vivirá. Y seguirá en los seres abriéndose/ caminos a la luz”. Carlos Fram. 

“No es que esté obligando/ a mi hijo/ a trabajos forzados/ en la tierra;/ solamente/ le estoy enseñando/ a consentir a su madre/ desde pequeño”. Hugo Yamioy.

 Estos versos tienen una luz explicita y no son evangelistas. Hablan desde fuera de la Caverna, desde donde nos cuesta aceptar un compromiso con nuestras vidas y con los cercanos. 

 Es tan difícil porque hemos hecho de la poesía un espejo donde la vanidad y el egoísmo son los sirvientes de nuestra palabra. Por lo tanto, creo que no hemos entendido la tarea del poeta y es hacer de su palabra un uso responsable y ver más allá de sus placeres. Alzar la cabeza y escuchar esos mensajes que solo él entiende y puede descifrar al resto de los mortales. Solo él puede entender la magia de la palabra y entregarla como brotes de luz en estos días tan convulsos y violentos. 

Al referirme al poeta como un guardián de la palabra retomo algunos ejemplos de la palabra en la literatura sánscrita. Los rishis, o sabios de la antigua India, tenían extraordinarias habilidades. Una de ellas era la voz. Si un sabio entendía la magia de la palabra podía convertirla en realidad. Algunas veces, sólo con pronunciar una palabra, podía materializar un ejército completo. Por lo tanto, para ellos, la palabra era sagrada. El poder creativo de la voz se expresa claramente en sánscrito, donde vac, voz, es a menudo considerado como sinónimo de Shakti, que es la energía creativa, el poder de manifestación. 

 Ese poder de materialización es el que pocos logran porque se quedan, como mi amigo, en la Caverna, cuando podrían alzar su voz y acercarnos cada vez más a ese lenguaje sagrado que solo el poeta entiende. Y cuando lo logre, sabrá que los excesos no son necesarios. Pues cuando no es el cuerpo el que rige nuestra palabra, la sabiduría no es la experiencia acumulada del dolor y el abismo sino la espontaneidad del corazón.