Hay cosas que no entiendo, y por eso mismo me desconciertan. Voy a contar una de tantas cosas que me pasan y aún ummmm… no sé.

Una vez venía en el bus hacía Girardota. Eran eso de las seis de la tarde. Esa jodida autopista a esa hora es un desastre. Hay trancones. La gente con zorra, mal aliento… El estrés se respira. El calor, el bochorno te hace insoportable el viaje. Queres convertirte en asesino y matar a todos los que huelen feo. Pero nada, te aguantas la rabia.

Había descubierto un método para tal tragedia. Era un juego, que muchas veces, me hizo corto el viaje. La cuestión era sentarme en una silla x, cerrar los ojos, hacerme el dormido. Imaginaba, siempre, que la persona que se sentaba a mi lado era una mujer (paradójicamente hermosa). Hacia la operación en la imaginación. Casi siempre se me sentaba un man, gordo, grasoso y me agredía con su tamaño y presencia. Pero cuando se me sentaba una mujer era otro cuento.

Sentía que era mujer por su olor. La olía y no abría los ojos. La olía para cerciorarme de no ir a cometer un error imperdonable. Olía de nuevo. Casi siempre olía a manteca quemada mezclada con jabón Neko. Entonces, cuando el olor era inconfundible, empezaba el juego. Siempre he creído que se puede pasar imágenes eróticas a otra persona con un roce de mano o de brazo. Imaginaba que besaba el cuello de la mujer y de una, por mi debilidad, la cremallera se abultaba. Una imagen tras otra. Curiosamente, me olvidaba de los ojos. La cuestión era sentir.

Ese juego lo hice muchas veces. La clave era el olor. Infalible el olor. La mujer huele diferente al hombre. Su olor a mamífero es menos fuerte que el del hombre porque ella sufre más. El hombre respira como tractor, la mujer respira como sin respirar, como si fuera un acto acrobático. El hombre se sienta y agrede el espacio, la mujer se sienta y se acomoda como una ficha de un rompecabezas. El hombre huele a caca de sapo con un poco de vaselina y leche de vaca y pantano, la mujer, ya lo dije.

Solo dos veces tuve éxito. Una, mierda, una señora empezó a moverse, a búscame, a respirar raro, a tocarme con la mano la rodilla. Me asusté por qué no creí que esa locura funcionara. No imaginé que lo de las imágenes eróticas fueran efectivas. No estaba preparado para responder a la efectividad de mi experimento. Abrí los ojos y era una señora divina. Ella también abrió los ojos y me hizo malacara. Se paró del asiento y se sentó en otro. Se ofendió porque yo quebré el hechizo, la complicidad del juego. La vi dormida en otro asiento buscándole el lado a otro.
Luego, días más tarde, volví a sentir que otra mujer respondía a mis imágenes eróticas. Me comprimía y era como si la imagen bajara de la cabeza, pasara por el cuello, descolgara por el hombro y de mi codo brincara al codo de ella y la encalambrara. Ella también empezó a moverse y yo con ella. Aprovechaba cada curva de la carretera para buscarle el lado. Sabía que si abría los ojos se rompería el hechizo. Toque que toque, imagen tras imagen, respiración tras respiración. De pronto, válgame Dios, sentí unos labios en los míos. Pero fui un valiente porque no abrí los ojos. Sentí el beso. Cuando terminó abrí los ojos y vi una mujer bajarse del bus. Cuando arrancó, ella, parada en la calle, se despidió con la mano. Era joven y morena y delgada. No la volví a ver.

Después de eso no volví a hacer ese juego. No sé bien por qué, pero esa mujer, la que me besó, me imposibilitó para emitir mis imágenes eróticas. Quede medio y triste. Estoy lleno de ausencias.

E intentado hacer el juego en otras rutas. Pero nada. Lo mismo. Siento como el beso de no sé quién, de una fantasma, me sube a los labios y me despierto y abro los ojos. Hasta le escribí unas líneas por si me la encuentro algún día:

“Me diste un beso araña. Un beso con ocho patas. Lo sentí en ocho partes al mismo tiempo. Me diste el beso de las ocho ausencias. Me dejaste el misterio como una red”.

Pero nada. Así son las cosas. Para mis tomentos otro tormento.

Una mujer de cuarenta años, gorda y rezandera por todos lados, fue encontrada muerta, en su cama, sin una gota de sangre. En el cuello, en la yugular, tenía un puntico rojo, como una picada de zancudo. Los médicos y las autoridades desconocen las causas de la muerte. Aunque todo el pueblo sabe, lo rumora, que la mujer soñó con Dios.

Acabo de llagar a casa. Me acuesto en la cama de mi madre. Estiro los pies. Es sábado a las dos de la tarde. Es un día y una hora en que no hay mucho que hacer. Miro los pies, mis dedos deformes y sonrió. Miro la TV. Tengo frío. Estoy tan solo que quiero aburrirme, así siento algo, y sé que para aburrirme basta con ver el canal de RCN.

La pantalla se enciende. Primero se torna gris, pigmentada, como una lluvia de granizo. Luego se aclara y aparece, progresiva y lentamente, la cinta “Los Ángeles de Charlie”. ¡Mierda!

No sé porque veo la película. No quiero verla. Sé que es malísima y boba, pero me quedo viéndola. ¡Cárajo! (el carajo con tilde me parece que tiene más estilo. Además, la sílaba cá da un brinquito en los labios que me gusta). Sé que estoy perdiendo el tiempo, pero, a la vez, no quiero hacer nada para remediarlo.

Sé que el argumento de la cinta es para bobos. Basta con ver esos numeritos de baile que no tienen nada que ver con el argumento, que solo sirve para exhibir traseros y pechos. O las parodias cojas de otras películas o series, ejemplo: CSI’s o se oye Flashdance. Aún sabiendo eso, sigo viendo.

Las escenas de acción en las que se ve a las tres chicas y a los malos no se las cree nadie. Pero las veo y me asombran. Eso de que saltan desde una presa con un camión (que casualmente lleva un helicóptero en el maletero) y consiguen poner en marcha el helicóptero, subirse todas a él y volar antes de darse contra el suelo. ¡Qué mierda tan jodida!

Son injustos, para un espectador, ver los saltos imposibles de esas chicas que desafían todas las leyes de la física sin que se les parta el coño. O que aparte de bobas y elásticas y bellas y retefollables uno crea que son inteligentes. Pues de la nada, de obra y gracia de Joseph McGuinty Nichol (director), poseen una habilidad sorprendente de deducción, que ni los del CSI juntos ni Sherlock Homes con todo el opio pueden igualar. Es que deducen que una mancha de aceite en el traje de una mujer atropellada, pertenece a un 4*4, del que sólo hay modelo y cuyo dueño es el vecino de la muerta. Uno se queda con la boca abierta. En fin, la cinta los Ángeles de Charlie, ni para aburrir sirve.

Otro punto, es la construcción de los personajes. Desde el nombre de las chicas se falló en la historia de la película. Nath, Dylan, Alex (Cameron Diaz, Drew Barrymore, Lucy Liu). Nombres inapropiados, ambiguos, muy masculinos, pensados tal vez, como para justificar el trabajo de las muchachas, que es imposible de imaginar en cuerpos tan frágiles.

Esta película, dirigida por un tal McG (Joseph McGuinty Nichol). En el año 2003. Hace parte de una racha de cintas en las que Hollywood acusa cada vez, no sólo su falta de nuevas ideas sino también una inusitada ineficacia para contar historias, y para ello, refritan series televisivas de décadas pasadas: Batman, The Brady Bunch, Los vengadores, Misión Imposible, Perdidos en el espacio, Mi marciano favorito, Jim West, Maverick, El fugitivo, El Santo, Los Beverly Ricos, Los locos Addams... y están pensado en llevar a Barney al séptimo arte.

A la película la afecta bastante que el director, McG, haya sido hijo de la publicidad y de los vídeos musicales. Cada secuencia es como un videoclip.

No sé como acabé de ver la película. Confieso que queda uno con una sensación extraña de haber visto nada. Tal vez eso era lo que quería. Ser un agujero negro un ratico. Creo que hay que ser inútil un ratico. Vi la película y quedé en blanco ni siquiera aburrido.

Se termina la película. Cambio de canal. Nada. No sirvo para ver televisión. Apago la Tv y me quedo mirando el techo. La perrita ladra. Intento buscar un zapato y reventarle el hocico, pero no tengo alientos de mover la mano. La dejo ladrar. Sigo mirando el techo. Suena el teléfono. No contesto. No quiero hablar con nadie. Trinnn, trinnn, trinnn...

Trinnn, trinnn, trinnn... Otra vez el teléfono. El maldito télefono. El puto teléfono. Y para no escuchar más ese aparato contesto.

- ¡Aló! Funeraria el agujero negro, en que podemos colaborarle

- Aló. ¡Aló! ¿Con Camilo?

- Sí, con él

- Habla con Héctor, ¿Qué hubo hermano? llamaba a saludarlo. ¿Usted no cambia? Y ¿Qué hace?

- No... ehhh… nada interesante. Acabo de decepcionarme otra vez. Vi los Ángeles de Charlie para aburrirme y no me aburrí. La verdad, no soy critico ni poeta ni escritor ni cuentista ni nada, pero esa película es ¡Un fiasco! Me hubiera gustado más ver en el canal 63 ó 62, de Cable Unión, entre las rayas del canal, los cuerpos curvos, de una película porno. Por lo menos me hubiera dormido agotado y débil.

- Ah… Eso suele pasar. ¿Qué tal si esta semana voy a Girardota y nos tomamos una cerveza?

- Claro hombre. ¿Por qué no me llama al celular?

- listo.

- Suerte.

Hay cosas que un hombre debe hacer para ser digno de tal apelativo.

La primera es irse de la casa. Renunciar a las seguridades de la madre, de la familia. Renunciar a las atenciones, a que la mamá le lave los calzoncillos, le haga sopa de fideos los miércoles, le tienda la cama, lo trate como un retrasado mental, le ponga babero para que no se chorree frijoles en la camisa, le diga el niño de la casa, le muestre el mundo como un idilio y no como un campo de batalla.

Hay que huir de la casa. Saberse uno en el mundo. Porque el amor de madre, cuando es sincero y entregado y desinteresado es como un par de zapatos estrechos. Porque te gusta el par zapatos, tus únicos zapatos. Además son los zapatos de moda, no te importa que te queden estrechos. Con tal de no ir descalzo y no ser juzgado por tus callos y los dedos deformes. No importa que los zapatos te tuerzan los pies, te jodan los puentes, te quiebren los dedos y no podas caminar muchas distancias porque no te aguantas los jodidos zapatos. Así el amor de madre, no te jode el pie, pero si te oprime los sueños, que es peor. Te quiere tanto que te sentís culpable de irte, de quedarte, de no hacer nada, de hacer algo. Y por una gratitud que no estas obligado a agradecer, te quedas en casa mientras los sueños se te van marchitando, las ideas se van torciendo, el corazón se va arrugando sin satisfacciones. Por eso hay que irse de casa. Entre más rápido mejor.

Bueno, siento que es importante irse de casa, pero, irónicamente, vivo con madre. Tengo esa idea loca de que ella es la primera mujer que me dio la vida. Ella y mi hermana. Tengo dos mujeres en la casa para aprender de ellas. Así que las trato como novias. Aclaro, las trato, no las toco como novias. Creo, que de alguna forma, la mujer que se encarte conmigo y le den ganas de estrellarme contra la pared con un taburetazo porque decidí escribir a hacerle el amor, en algún momento, cuando se acabe la magia del cortejo, la trataré como traté a mi madre o a mi hermana.

En fin, aun no me voy de la casa. Pero se que debo irme, tarde o temprano, volverme a ir.

Lo otro que debe hacer un hombre es matar a los ídolos. Renunciar a la idea de Dios en todas sus posibilidades. Nadie puede pretender salvar a nadie sino se ha salvado así mismo. Es como si uno buscara en el otro amarse así mismo.

Hay que matar las influencias, los autores que nos gustan, los amigos que admiramos, los discursos que nos deslumbran. Hay que olvidarse hasta de uno mismo. Reinventarse desde el dedo meñique hasta los dientes. Decirle a Dios: Qué sabe que hermano, usted existe y los es todo, está en todo, pero sabe qué pelao, yo no estoy con usted en todo. Suerte que lo vi. Hasta la vista Dios, tengo cosas más importates que pensar en usted, como mirar las nubes, pensar en el entrepiernado de … uhhhhh… mejor me callo, como solucionar mi huida de casa, como irme de todas las seguridades y adquirir la soledad como una enfermedad venérea. Irme a algún lado, así sea a la muerte, pero irme y aprenderme en la lejanía.

Los ídolos nos joden la existencia, la psiquis. Nos metemos en situaciones que no nos pertenecen. Prestamos argumentos de otros tipos para solucionar nuestros problemas. Como si la vida fuera un ensayo y la puesta de sol una cita de Montaigne o la mirada de una mujer un verso de Pedro Salinas. Como si uno fuera solo un experimento de gelatina permeable a todo, menos así mismo.

Irse y aprender a decidir. Irse y sentir los rugidos del hambre. Irse y verse sin rumbo. Irse y esconderle la cola al diablo. Irse y descubrir que Dios es una farsa. Irse y destetarse del amor de madre. Irse y aprender a llorar. Irse, irse, irme, irnos. Irse

Ayer llegué a la casa. Me senté en el computador y quería escribir un texto para el blog. Lo había pensado toda la semana. Quería argumentar que el celular es un atentado a la individualidad. De alguna manera ya lo tenía escrito en la cabeza.

Puse las manos en el teclado:

No sé que escribir… no se me ocurre nada… estoy triste… mierda no puedo escribir… mamá sálvame de mi mismo… Tres elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña… ehhhhhhhhhh…. Ahhhhhhhhhhh…. Pusssss… nananana… ¡Cárajo!

Me levanté del computador. Pensé que era el momento para escribir en un cuaderno y no en el pc. Tomé el cuaderno entre las manos. Alcé el bolígrafo. Intenté retomar las ideas que ya tenía organizadas en la cabeza. Me quedé como quieto. Esperaba ser poseído por el tema. Nada. Otra vez nada. Por inercia escribí un verso. “Morir es una posibilidad, vivir son muchas posibilidades”

Mierda. Nada me salía de los celulares. De esa plaga. De esa enfermedad que es más contaminante que las mujeres embarazadas. Y peor aún, una mujer embarazada hablando por celular. En mi cabeza todo estaba en orden. El argumento era que el celular es una negación del individuo, una adicción a la dependencia, un no querer escucharse, una incapacidad a decir no.

Me preocupa el hecho de que el celular se esté convirtiendo en un método de tortura, de control. Además porque cada vez son más versátiles y multiusos. Y se está pensado (no es muy descabelladlo que suceda) que el hombre sea el celular del celular. Llegará un momento en que ya no haga falta comunicarse con el otro porque el celular dará el mensaje determinado. Ese aparatejo pondrá citas, dará la hora de suicidarse, levantarse, enamorarse, emborracharse sin que el individuo abra la boca. Llegará el momento en que el hombre no pueda más que gesticular más que monosílabos por haber perdido la necesidad de expresar las preocupaciones porque el celular será su tarot, su mesías, su olvido.

Seguía en frente al cuaderno, con el mismo verso sobre la muerte. Pero nada sobre los celulares. Intenté escribir una primera frase “Los celulares son más peligrosos que los sacerdotes” No. Esa frase es muy ambigua, apenas la entiendo. La taché. ¿Pero si tenía todo tan claro? Mierda.

De nuevo envisto la página. Escribo: celular, célula, celulitis, celululular, cecelulularlar. ¡Puta página en blanco! Me sos incomprensible. No me dejas escribir. Puta página. Si tuvieras piernas no dudaría en meterte la mano. Celular, celular, celular. Puta página. Puto Camilo.

Por la página en blanco pasan imágenes, temas, nombres de mujeres, fracasos, pero nada referente a los celulares. Incluso intento variar de tema y escribir sobre los paramilitares extraditados. Cosa que también me preocupa. Uribe otra vez se salió con la suya. Es un presidente guerrerista y manipulador, nos tiene engañados a todos. Ha pelado con Ecuador, con Venezuela, con Nicaragua, Con las Farcs, con el cielo, con las universidades, con los profesores, con los camioneros, con la constitución y le lambe las botas a los Estados Unidos. Lo más preocupante es que cada vez su tercer mandato es más promulgado. Y ahora con lo de la extradición de los paracos es más popular. Cuando lo de la extradición es una cortina de humo. Es una negociación entre los paracos, Uribe y los Estados Unidos. Hay algo en el fondo más macabro. Además eso es posible porque somos un país paralítico, parásito, paraguas, pararayos paranguacutirimicuaro, paraco, un país de vegetación roja por las once guerras civiles que hemos sufrido. Qué se pudra Uribe y los uribistas. Mierda, ese no es el tema.

Sigo con la página con el mismo verso y unas frases tachadas. Desisto de escribir, acepto que no es mi día. Apago el computador. Voy a la cocina y busco una galleta Saltín. Vuelvo a la pieza. Muerdo la galleta. Pienso en los celulares. Me siento triste e inútil. Apago el bombillo. Me tiro a la cama. Otro mordisco. Miro el techo, bueno, imagino que miro el techo porque todo está oscuro. Otro mordisco. Ya no pienso. Otro mordisco. Otro mordisco. Otro mordisco.

Camilo cursa cuarto de primaria. Es un niño silencioso y tímido, le asustan las preguntas. La timidez le enciende las mejillas.

En el salón, en clase de artística, Camilo saca un cepillo de dientes, un pincel, un cuarto de cartón paja, un lápiz y los vinilos. Debe pintar algo, lo que se le ocurra. Camilo dibuja una rosa con espinas.

Alza el pincel, lo unta de vinilo, el verde hace su trabajo, el rojo mezclado con blanco da el rosa casi rojo de los pétalos. Al ver el dibujo se sonroja y decide dárselo a Juliana, la niña que se sienta a tres sillas. Camilo mira a Juliana que también lo mira y baja la cabeza para evitar el contacto con la mirada. En ese momento desiste de su hazaña y se queda mirando el piso con la esperanza de que se abra y se lo trague de una vez por todas.

Juliana toma el pincel, el cartón paja, el cepillo de dientes, los vinilos y dibuja una matera. Ella quiere un recipiente para sembrar un gajo de ciruela y una fruta de naranja. Quiere un híbrido, un ciruelo que dé naranjas con pepas de ciruela.

La profesora revisa los dibujos. Al ver mamarracho de Camilo dice que es feo y amorfo. Camilo intenta explicar que es una rosa con espinas, la que quiere darle a Juliana. Pero se queda mirando a la profesora, una gallina con buenos modales, sin abrir la boca. La profesora se sonríe.

- ¡Muchachito! ¿qué es eso? Si es una rosa perdió todo el tiempo, esas espinas parecen dientes de tigre. Su dibujo es pésimo, no es fiel a la realidad. No sé en que estás pensando, pero no debe ser nada bueno. En fin, por no haber hecho el ejercicio como debía hacerlo debe repetirlo. Si, repetirlo en el tiempo del descanso.

Suena el timbre. Las sillas de un lado para otro, los niños en plena locura de loncheras. Los gritos y Camilo al lado de la ventana, con la mirada clavada en el patio, en los niños que han empezado a jugar chucha cogida y escondidijo, en Juliana que abre su lonchera y muerde un pan tajado. Una lágrima cae sobre el cartón paja. Otra lágrima. Se limpia los ojos y en silencio dibuja la rosa, esta vez sin espinas. La profesora lo felicita.

Camino a casa, con la flor sin espinas bajo el brazo, Camilo ve a Juliana. Con determinación, como si no fuera un niño tímido, como si la timidez no existiera en su vocabulario, como si la timidez fuera otra cosa, se dirige a ella y le entrega la flor. Juliana sonríe. Camilo se asusta, sonríe, vuelve a sonreír, se siente bobo, no sabe que más hacer y sin decir nada se aleja cabizbajo. Piensa que de nuevo hizo todo al revés, que estaba condenado a ser rechazado, que la vida era injusta, que el amor era injusto, que Juliana no lo quería, cuando había sucedido lo contrario. Camilo para Juliana fue un héroe, el niño que le dio una rosa que era a la vez una naranja con pepas de ciruela por dentro.

Camilo se recrimina el haber entregado la flor sin espinas. Hubiera hecho más no haberla entregado. Maldice a la profesora. Con las manitas en el bolsillo, de vez en vez patea una roca, va triste porque había obsequiado una rosa sin espinas. Intenta llorar pero no puede.

De pronto siente que alguien le toca la espalda. Se voltea y ve a Juliana. Ella le da las gracias y le propone que sean novios. Así por así, sin espinas y preámbulos. Camilo siente sus mejillas arder. No sabe que decir. Juliana sonríe y le toma la mano. Camilo sigue callado, asustado, con ganas de llorar. A unos cuantos metros siente una punzada en el corazón y sin medir el peso de sus palabras se suelta de la mano de Juliana y le dice que no, que él no quiere ser su novio porque no le gustan las mujeres. Juliana se queda paralizada. El rechazo la deja muda e impotente y ve como su novio de unos minutos se va y se aleja de ella. Juliana llora.

Juliana llega a casa y tira la flor al bote de la basura, sin percatarse que a la rosa le había nacido en el tallo una gran espina que parecía un diente de tigre.

Me atormenta ser un hombre sin procesos. Me confunden los tramites. Hasta para llenar una boleta que dan en los supermercados por compras mayores de 20 mil pesos para la rifa de un televisor necesito que me ayuden. Lo único que hago por iniciativa propia es sentir pánico.

No sé como hacer las cosas cuando las cosas requieren tiempo y dedicación. Soy experto en aburrirme. Soy constante en la inconstancia. Soy demasiado impulsivo como para cultivar afectos. No soy capaz de llamar a un amigo y decir:

- ¡Hey! estoy solo y triste, necesito un amigo. ¡Qué tal si nos tomamos una cerveza o un café!

Pero no. No llamo. Soy incapaz de llamar. No puedo, aunque anhelo hacerlo.

No soy capaz de estar con nadie por mucho tiempo. No soporto la idea de decirle a otro hermano solo cuando lo necesito o pedirle algo cuando pueden regalármelo. Cuando pido algo es cuando sospecho que no me lo pueden regalar porque eso implica más sacrificio o solo porque quiero aparentar que soy descarado. No sé cual de las dos acepciones sea la correcta. Últimamente que intento explicarme, afirmarme, consolidar mi yo, me siento más incoherente. Tal vez no hay explicación y todo es sospecha. Tal vez, como decía Cortazar, las explicaciones son errores bien vestidos.

Me desaparezco por épocas. Dejo de frecuentar a los amigos que usualmente frecuento. No es que no los quiera, sino que no me soporto en ellos. Somos, a veces, insoportablemente parecidos y no me importa irme. Los quiero, y por ese sentimiento, creo que son los más propensos a la distancia, no al olvido. Simplemente me ausento. Es humano el egoísmo y la incertidumbre.

Toda esta desazón, la del miedo a ser querido, estoy seguro, empezó a los catorce años cuando perdí mi infancia.

Una noche me acosté niño y al día siguiente desperté joven. No hubo el proceso debido, el tramite planificado. De un momento a otro caí al abismo, le vi la cara al diablo, me vi a mí mismo ante le espejo: me adolecí.

La culpa fue de una prima. Por ella deje mis muñecos de yupi, mis volquetitas de madera, mis llantas, mis paraísos perdidos, mis castillos de arroz, mis sueños de ciruela. Ella me desnudó, me besó en la boca, puso su pezón en mis labios, me mordió la oreja, me incitó a que le enrollara su vello púbico y luego los soltara como resortes.

Recuerdo que sentí que algo me faltaba por dentro. Estaba vacío. La infancia me había dejado atrás.

Empecé a pensar solo en la prima. Tenía las hormonas alborotadas. Mis pupilas eran los ojos de las hormonas. El aire era follable, las matas de plátano eran follables, las revistas de cromos eras follables, las mortadelas eran follables, los caramelos del álbum de chocolatinas eran follables, las cáscaras de banano eran follables, las gallinas eran follables, tu tía y tu novia eran follables, todas las mujeres eran follables, el amor era follable, Dios era follable, la prima retefollable.

El único problema era yo, mis cuatro pelos en el sobaco, mi voz de megáfono averiado, mi insinuación de bozo, mi adolescencia. Es decir, apenas tenía tarjeta de identidad para entrar en la prima y partirla en dos. Mientras su novio era mayor de edad y podía partirla en dos las veces que se le diera la gana.

Empeoré. Sentía el recuerdo de la prima, su desnudez de jugo de naranja, raspándome el estómago, la vejiga, los riñones. No podía estar tranquilo. Hasta que una noche, jodido de tanto pensarla y no poderla poseer, me masturbé. Estaba boca bajo en la cama. Me moví y sentí algo bacano. Me volví a mover y más bacano. Mierda, la cosa de moverse sobre el colchón es bien bacana, me dije. Ya no pude parar y dele que dele, frote que frote y pusssssssssss. Mierda. Sentí que algo se me había jodido. Pensé que el pipi se me había dañado. Imaginé que me iba a quedar mongólico. Estaba tan asustado que recé un padrenuestro, el primero sentido de verdad.

Estaba endemoniado. No sabía lo que me pasaba. Nuca estuve preparado para mí. Aún no estoy preparado. Simplemente me había saltado un paso. Pero debía hacer algo para aliviarme. Así que de tanto contradecirme, de decirme no más colchón y volver con más determinación al colchón, al frote que frote, al arrepentimiento, al padrenuestro... descubrí la mano y con la mano me quedé. Podía apretarla o soltarla un poco. La maravilla era que podía imponer un ritmo, una necesidad saciada de cantar con el movimiento.

Culpé a mamá por lo que me pasaba. Ella no me enseñó a ser joven, a adolecerme. Nunca me dijo que el amor era un casco de limón untado de pimienta que te extrémese y te deja lleno de llagas y suspiros. No me advirtió que la mujer entra en uno como si uno fuera un cuarto y te desordena, distiende la cama y luego se va sin tenderla. No me dijo que el sexo era una melancolía necesaria, una necesidad a la catarsis, una renuncia a la divinidad, un bautizo al instinto, un matarse placenteramente, un instante estirado, una cruz para los calzoncillos, un interrogante en mayúscula.

Pobre mamá, ya no la culpo, apenas tuvo tiempo de ser ella para educarme. Ya hice las pases con ella. Madre te perdono por haberme dado la vida, por haber hecho de mí este espanto de hombre, este ser diminuto que aún no se perdona, esta mancha de aire perdida en algún lugar del olvido. Madre te libro de todas mis culpas porque ahora soy yo que debe empezar a desandarse poco a poco. Ir, como siempre debió ser, sin desvíos, a la invisibilidad, a la inutilidad total.